Varios arqueólogos trabajan en el yacimiento de Pinilla del Valle (Madrid) SANTI BURGOS |
El valle de Lozoya, en la sierra madrileña de Guadarrama, bien podría llamarse el valle de los neandertales, dice el paleontólogo Juan Luis Arsuaga. “Está protegido por dos cuerdas de montañas, rico en fauna, ecológicamente privilegiado e ideal para los neandertales, un buen cazadero para ellos”. No es una hipótesis: en los yacimientos de Pinilla del Valle, junto al pantano, se han encontrado ya nueve dientes de neandertal, restos de fogatas y miles de fósiles de animales, incluidos enormes uros (cada uno mide como dos toros), rinocerontes y gamos, entre otros.
Los neandertales son una especie humana conocida y desconocida a la vez. Conocida porque se han encontrado numerosos vestigios de su existencia en Europa hace entre 200.000 y 30.000 años. Desconocida por las muchas incógnitas que siguen emergiendo, incluida la primera: ¿por qué se extinguieron justo cuando hizo su aparición en el continente nuestra especie actual? Tampoco se sabe a ciencia cierta si eran capaces de hablar... ni si convivieron en el territorio compartido con el homo sapiens o las dos especies se ignoraron hasta que una, la nuestra, proliferó y la otra se perdió para siempre... Los científicos que se ocupan de los yacimientos de Pinilla del Valle pueden hacer aportaciones importantes para encontrar respuestas sobre la vida de los neandertales.
“En España hay una quincena de yacimientos de esa especie —en la Cordillera Cantábrica, Levante y Andalucía—, pero ninguno en la meseta, donde no hay formaciones de calizas y, por tanto, no hay cuevas adecuadas que pudieran preservar los vestigios humanos durante miles de años”, añade Arsuaga. Pero Pinilla del Valle es la excepción. “Aquí sí hay calizas. Era como una visera de piedra en la que los neandertales se cobijarían a preparar la caza, tallar herramientas, comer... no es que vivieran dentro, en el sentido de vivienda; ellos vagaban por el campo y esto sería más bien un campamento en el que refugiarse cuando lo necesitaban”.
“El yacimiento, con mucho potencial, se extiende unos 150 metros de distancia y ahora estamos trabajando en tres zonas: la cueva del Camino, el abrigo de Navalmaillo y la cueva Des-Cubierta, con tres rangos temporales distintos”, comenta Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico Regional, de la Comunidad de Madrid. Y recalca el peculiar nombre, con guion, jugando con la idea de la cueva descubierta y a la vez con su descripción física: un alero rocoso que se desplomó dejando la superficie destapada.
Allí mismo los neandertales debieron colocar una niña muerta, de dos años y medio o tres, en el suelo del refugio; encima pusieron dos lascas de piedra y un asta de uro y prendieron fuego. Baquedano explica que han encontrado unos dientes de aquella criatura, que ellos llaman la niña, aunque no tienen datos científicos para determinar el sexo, detalles sobre el asta y un trozo de carbón que ha aparecido hace solo unos días y que les facilitará una datación exacta. “Los enterramientos completos, con una estructura clara que permita reconstruir comportamientos, son muy raros en el mundo”, comenta el catedrático Arsuaga, codirector de las excavaciones de Atapuerca.
Junto a él, Baquedano muestra el punto donde han encontrado el carbón de aquella hoguera, tal vez ritual, que se podrá datar por la técnica del carbono 14. “Tenemos la convicción de que es una deposición intencionada del cuerpo de la niña; tal vez en los yacimientos de neandertales había más enterramientos y no se han reconocido como tales”, sugiere el director del museo. Lo cierto es que los neandertales cuidaban de alguna manera de sus muertos. Se han encontrado rastros en Francia e Israel.
En el valle madrileño, arqueólogos y paleontólogos se afanan a medida que pasan los días. Un total de 70 personas en tres yacimientos escarban los sedimentos con punzones y pinceles; se abren camino en la roca con taladradoras; lavan kilos y kilos de tierra extraída para que no se escape ni una minúscula pieza interesante... y se documenta cada centímetro excavado. Llevan ya una década haciendo este trabajo científico cada verano, “durante 40 días en dos turnos”, explica César Laplana, del museo regional.
Los nueve dientes de neandertal ya descubiertos tienen entre 60.000 y 90.000 años y varios han aparecido en lo que debieron ser madrigueras de hienas, que devorarían y triturarían los cuerpos. “Los dientes son el tejido orgánico más resistente, se conservan mejor que el resto del esqueleto y dan mucha información: dieta, enfermedades, paso o de niño a adulto...”, continúa Laplana.
“Los neandertales vivieron tanto en el periodo interglacial como en el glacial”, explica Arsuaga. Tras un periodo de glaciación en que media Europa sería como Groenlandia hoy, empezó, hace unos 130.000 años, el período interglacial, con un clima que llegó a ser más cálido que el actual, hasta hace 85.000 años, cuando comenzó la última glaciación, que terminó hace 11.500 años. En las excavaciones de Pinilla correspondientes al interglacial aparecen muchos restos de gamos, un cérvido muy mediterráneo; tortugas; puercoespines y osos pardos, en lugar de osos cavernarios, como en la época glacial.
En la cueva Des-Cubierta, Javier Somoza, estudiante de la Universidad de Salamanca, se acerca a Baquedano y le enseña una pieza envuelta en un papel blanco: es una herramienta que acaba de extraer. “Sí, me he emocionado mucho”, dice Somoza. Es una pieza de cuarzo rosado.
Se han encontrado ya miles de herramientas de piedra. “La mejor piedra para tallas es el sílex, pero en esta zona no hay. Así que tuvieron que apañarse. Adaptaron su técnica de talla —musteriense— a lo que tenían, que es cuarzo. Es peor, pero sirve y significa toda una adaptación tecnológica admirable”. ¿Y para cazar? “Lanzas de madera con punta endurecida al fuego”. “Aquí, en este valle de yacimientos tan ricos, podemos averiguar muchas cosas sobre los neandertales, su vida y su muerte, su medio, su clima, su tecnología, su economía... Solo es cuestión de tiempo”, concluye el arqueólogo.
Carne de caza y bellotas en el menú
Los neandertales eran soberbios cazadores que se atrevían con rinocerontes, uros, caballos.... “Eran carnívoros. Y tenemos que investigar el componente vegetal de su dieta”, sugiere Arsuaga, señalando que en Europa en el territorio de los neandertales solo hay frutos disponibles para comer a finales de verano y otoño. Por eso no hay apenas monos, excepto macacos, que son pequeños, precisan pocas calorías y comen hojas. “Los ecosistemas en Europa son estacionales porque el clima es estacional y, en período de glaciación la situación es aún más extrema. Los neandertales tuvieron que ser carnívoros”, añade el paleontólogo.
Los homínidos primitivos, como el resto de los primates, vivieron en África, en el bosque tropical y subtropical, cuyos ecosistemas proporcionan alimento constante todo el año, argumenta Arsuaga, quien concluye: “Hubo que aprender a cazar para salir del trópico y extenderse por Eurasia, por eso tardaron tanto los homínidos en lograr desligarse de los ecosistemas tropicales”.
Los neandertales, que son ya muy avanzados en comparación con los australopitecos africanos —que comían raíces, frutas o, en todo caso, carroña—, practicaban caza mayor. Pero para vivir de esas capturas hace falta dominar un salto tecnológico muy importante que es hacerse herramientas para cortar y preparar las presas. “Un uro o un rinoceronte no los puedes comer a mordiscos, con la piel tan gruesa que tienen; hace falta cortar y trocear las piezas. No solo eran unos expertos cazadores; también dominaban la fabricación de piedras de filo para desgarrar y raederas para el cuero y la madera”, apunta Enrique Baquedano. “En estos yacimientos de Pinilla del Valle hemos encontrado miles de herramientas de piedra”, añade.
Pero los neandertales comieron algún tipo de vegetales. Arsuaga explica que una investigadora ha descubierto que el sarro de los dientes conserva almidón vegetal y así ha podido identificar las plantas que comían los individuos prehistóricos. “Los neandertales de Bélgica, en la época glacial, según indican los fósiles, comían raíces de junco, y los de Irak, dátiles. Estoy convencido de que los nuestros comían bellotas”, comenta.
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